Federico Schaffler

Creador Emérito de Tamaulipas 2011. Becario del Centro Mexicano de Escritores 1990-91. Candidato a Doctor en Políticas Públicas. Ha publicado 25 libros, de narrativa, ensayo, antologías e historia. Presidente Fundador de la Asociación Mexicana de Ciencia Ficción y Fantasía, 1992. Coordinador del Taller Literario Terra Ignota de 1990 a 2002. Ha publicado en México, Estados Unidos, España, Argentina, Cuba, Venezuela y Brasil.


schaffler@gmail.com

 

Ha publicado (descargar): Nuevo tlatoani  

Nuevo tlatoani


Cuando originalmente aceptó la invitación para buscar ser el próximo Mandatario de la Nación, lo hizo pensando que jamás llegaría ese momento. Para él sería la
oportunidad para lograr algo de reconocimiento y que su mensaje de sustentabilidad fuera escuchado, aunque para lograrlo casi tuviera que vender su alma. Estaba seguro que no tenía la más remota posibilidad de que fuera electo, pero valía la pena la experiencia y la exposición. Además, era necesaria la candidatura, simple y sencillamente como estrategia de supervivencia y promoción personal.

Como más adelante dijeron algunos historiadores, el candidato se fue a dormir perdido y despertó victorioso.

La mañana siguiente a la jornada electoral, Gabriel Cuadri era Mandatario Electo de la Nación, contra todo pronóstico, expectativa, encuesta previa o de salida, ahora sería, como decían los antiguos, el Gran Tlatoani. La ciudadanía, ese enorme electorado hastiado de los políticos de siempre y de los problemas de siempre, decidió que efectivamente era tiempo de un cambio y esa transformación que anhelaban no se daría a manos de cualquiera de los candidatos de los tres partidos
principales.

Cuadri había decidido, tan pronto habían cerrado las casillas, retirarse con su esposa a un hotel pequeño, de los llamados de paso, el cual ella, al no ser tan conocida como su marido, fue quien pagó en efectivo, ante la pícara sonrisa del dependiente. En el camino habían comprado unos tlacoyos para comer, estaban tan agotados que lo único que querían era refugiarse en un lugar donde nadie los pudiera encontrar y no había mejor lugar que ese, aún y con los rítmicos sonidos que llegaban hasta ellos, provenientes de las habitaciones vecinas, los cuales, en correspondencia y para no quedarse atrás, regresaron con ímpetu casi juvenil. Había apagado todos sus teléfonos y no le avisó a nadie, salvo a sus hijos, a quienes les dijeron que estaban bien, que no se preocuparan. Despidió a los caballeros de su escolta personal, que no eran muchos y en complicidad con ellos, les instruyó que no lo siguieran, que se llevaran la combi y que informaran que se les había escapado después de salir por la puerta trasera de su casa de campaña, sin saber cómo ni a dónde había ido.

Por eso, cuando los resultados del PREP fueron llegando, nadie supo en donde encontrarlo. Hubo momentos de alarma, desde el Mandatario de la Nación hasta los candidatos perdedores, todos se preguntaban dónde se encontraba el nuevo regente. En medio de una sorpresa que nunca antes se había vivido en el país, Méjico tenía un nuevo mandatario y nadie sabía dónde estaba.

La mañana siguiente, la pareja se despertó tarde, permanecieron uno en brazos del otro por un buen rato, disfrutando de esa cercanía que habían perdido durante los meses de campaña, agradecidos que la experiencia había culminado, pronto podían regresar a su vida habitual, él a la vida académica y ahora al circuito de conferencistas bien pagados y ella a sus actividades profesionales en el servicio público.

Finalmente salieron de la habitación, cerca de medio día y cuando toda la nación se encontraba inmersa en una ansiedad jamás vista tras una elección. Abordaron el vehículo eléctrico que les había prestado un amigo semanas antes, quien ese día, tras votar por su amigo, salió de la nación y por lo tanto tampoco tenía la manera de saber en dónde estaban.

Se encaminaron por la Calzada de Tlatelolco, rumbo a su casa, con la intención de comer ahí, con su familia. En el trayecto, les sorprendió un poco el ver un gran número de patrullas que pasaban raudas, de un lado hacia el otro, con las torretas encendidas, como buscando a alguien. Siguieron avanzando en silencio, sin pensar siquiera en encender el radio, no les interesaba saber quién había ganado la elección, porque estaban seguros que no había sido él.

A un par de cientos de metros antes de llegar a su hogar, la sorpresa de la nueva pareja mandante, así como su curiosidad, fue creciendo. Lo que menos pensaban era que su hogar estuviera rodeado de miles de periodistas, fuerzas del orden público y políticos, vecinos, amigos, algunos reales y otros del momento, todos los cuales esperaban entrevistarse con el mandatario electo… si es que éste aparecía. Las horas de incertidumbre en el país se llenaron de rumores, desde aquellos que hablaban de un posible secuestro por las rebeldes fuerzas opositoras o por los grupos delincuenciales internacionales, hasta quienes sospechaban que alguno de los candidatos quien había estado seguro de ganar, hubiera tenido que ver algo en la situación.

Los aspirantes políticos derrotados rumiaban su coraje, pero en el fondo, muy en el fondo, sabían que tenían que aceptar el resultado, porque la voz del pueblo había sido escuchada y que esa derrota tripartita era una llamada de atención al sector político y a toda la nación, pues ahora existía una posibilidad, aunque muy remota, de que pudiera tomar otro rumbo, aunque en manos no tan expertas como las que ellos consideraban tener.

Como políticos de carrera, a diferencia del ahora mandatario electo, quien se autodenominaba ciudadano, sabían que el académico tendría frente a sí un gran reto y que ante las circunstancias inéditas, quizá tendría que llamarles, para integrarlos a su equipo o mínimo para pedirles consejo. Eso confiaban que hiciera, pero si no tomaba tal determinación, ellos moverían las piezas de su ajedrez político, con todo el peso y presión que tenían en ambas cámaras y en el sector político, para poder lograr que así fuera. Si el nuevo mandatario no los llamaba, ellos verían la manera de ofrecerle su desinteresado apoyo o en caso contrario proveerle de algunas incomodidades políticas. Aunque no lo quisiera. Aunque no lo mereciera. Aunque corrieran el riesgo de que las centenarias fuerzas leales al estado fueran luego tras ellos.

A medida que se consumían los metros antes de llegar a su casa, Gabriel Cuadri y su esposa empezaron a inquietarse y sin cruzar palabra entre ellos, sólo se miraron, uno al otro, como preguntándose “¿será posible?”. Ninguno de los dos se atrevió a expresar la pregunta en voz alta, pero finalmente cuando la curiosidad pudo más que su auto control, prácticamente al unísono trataron de encender la radio. Para entonces algunas de las personas que pasaban al lado del pequeño auto compacto, alcanzaron a distinguir al candidato de la desaliñada cabellera y los lentes de maestro universitario. Fue cuando empezaron a gritar la misma palabra que en ese momento un locutor decía en la radio: “Presidente Cuadri”.

En ese instante, el cerebro del candidato se congeló, pero no por mucho. Su mente analítica empezaba ya a sopesar la situación, planeando las acciones y los acuerdos necesarios para lograr el renacimiento de la nación, el cual los ciudadanos habían ordenado con su voto.

“Mandatario Cuadri”. No se oía tan mal, después de todo. Lo difícil, pensó al momento de descender de su vehículo, sería cómo liberarse del exceso de equipaje con el que llegaba al Castillo Presidencial de Chapultepec. Para eso, tendría que tomar decisiones ejecutivas. Muy ejecutivas, que probablemente tendría que realizar el verdugo oficial de la nación.


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