Agustina Acciardi

Soy argentina y tengo 17 años. Actualmente curso el último año de secundaria. Comencé a escribir algo más de dos años y desde ese entonces no he parado de hacerlo. Curso también, cada semana, un taller de literatura para aprender narrativa.

http://agustinaacciardi.blogspot.com

agusmica8@hotmail.com


 

Desde una estrella



“Yo quiero que seamos como ellos. Quiero que seamos como esa pareja. ¿Los ves? Están casados desde hace tanto tiempo..."

¿Cómo te puedo explicar que nunca vamos a llegar a serlo? ¿Cómo te puedo decir que aunque queramos jamás vamos a pasar tanto tiempo juntos?

Te miro, y noto que no te das cuenta. Hablás, y mirás a esas dos personas asombrada. Porque sabés, sabemos, que un amor así, es de asombrar. No podes creerlo, entonces cerrás los ojos y nos imaginas en un futuro. Nos imaginas bastante mayores, y sonreís. No me lo decís. No me decís lo que imagináis, pero yo lo sé. Te conozco, y sé que nos imaginas con curiosidad. Me gustaría decirte que me encantaría que sucediera. Que es lo esperé durante toda mi vida. Pero no. Nunca va a suceder.

Mi enfermedad está avanzando cada vez más. Mi vida nunca va a alcanzar para la tuya. Te queda tanto por vivir, y a mí me queda... tan poco.

Me gustaría contarte todo. Deseo que ya lo sepas. No tengo el valor suficiente para contarte que me moriré. No tengo valor para decirte que voy a abandonarte. Claro que no porque yo quiera, sino porque una fuerza superior me lleva.

Hace tres semanas me enteré de mi diagnostico. Y he tratado de ocultarte hasta el más mínimo detalle para que no lo descubrieras. No sé por qué, pero prefiero mantenerte oculta de la verdad. Sé que cuando lo sepas vas a odiarme, pero no quiero que me tengas lástima. Me imagino enfermo y no puedo evitar que los ojos se me llenen de lágrimas. Entonces miro para otro lado para que no lo notes. No estoy preparado para contarte.

Sigo pensando, y me convenzo de que es correcto lo que hago. No voy a decirte nada. No lo hago de egoísta, pero es que no puedo. ¿Cómo te digo que me enfermé y no sé cómo? ¿Cómo te digo, que te lo oculté para protegerte? No vas a perdonarme. Si lo supieras no lo harías.

Pienso, y me imagino que cuando esté muy delicado, podrás comprenderme. No vas a enojarte en ese entonces, porque van a ser mis últimos momentos de vida. Quizás me equivoque, pero deseo con todas mis ansias que no sea así. No te enojes conmigo, yo no quiero irme de acá. Créeme, que el único que no se puede perdonar por dejarte soy yo.

No me apena irme por mí, porque sé que viví todo, e incluso al máximo. Y si lo hice, fue por vos. Conocí el verdadero amor, y ya es suficiente. Sólo me queda una asignatura pendiente. Tener un hijo tuyo. No puedo soportar más los nervios. Cuando ayer me dijiste que tenías un atraso, se me iluminó la vida. Si supieras lo que tramé, te enojarías, pero no es de cruel, lo hago por nosotros. Lo hago por vos. Si te dejo un hijo, en mi ausencia, sé que no me extrañaras tanto. Al menos no tanto como si no hubiera nadie. Aunque debo admitirlo, esto también es por mí. Mi sueño siempre fue tener una gran familia con vos, pero sé que es imposible, porque el tiempo ya no alcanza. No me queda vida para darte más que un hijo.

Se me escapa una lágrima, y entonces me miras. Me tomas por el mentón, y me preguntas qué me sucede. Nada, te respondo. No te lo voy a decir. Ni aunque quisiera podría.

Entonces, me seco las lágrimas, y te digo que extraño a mi papá, que hace tanto que se fue de mi vida. Me abrazas, y no decís nada. Sólo te limitas a mirarme. Entonces me apretás el brazo, para decirme "acá estoy", y yo sé, sé que ahí estás. Y sé que aún después de la vida, vas a estar. ¿Pero cómo hago para decirte que yo también, aunque no me veas, voy a estar ahí para siempre?

Te tomo de la mano. Y te hago mirar el cielo. Una noche preciosa, despejada. Te hago mirar una estrella. Te la hago memorizar. Te pido que jamás la olvides. Me preguntas por qué. Y entonces yo te digo, que en esa estrella, siempre voy a estar yo mirándote.

Aunque tu rostro toma un gesto confuso, yo sé que me entendiste. Me abrazas muy fuerte, y te pones a llorar. Y deseo que todo fuera mentira. Deseo ahorrarte cualquier mal. Pero no puedo. Me lamento y también te abrazo. Cierro los ojos, e imagino que nos quedamos así, unos sesenta años más. Imagino que será posible recuperarme. Aunque solo sea mi imaginación. Aunque no haya vuelta atrás.

Me niego a perderte. Pero ya no hay nada que pueda hacer.

Esta enfermedad va más allá de mí.


(Agosto2012)

 

Despedida anticipada




Susana Dalmares, mujer de pocos principios, quitó el anillo de su dedo y comprendió que todo lo que ella y él habían vivido estaba terminando. Observó la redondez que éste tenía y le pareció sumamente perfecta. No cabía en su cabeza la idea de guardar aquello, que alguna vez significó tanto, para ya no volver a usarlo. Es que al menos, cuando Franco se lo regaló, tenía como motivo representar la unión de dos personas que se amaban, y la diferencia de ese entonces con respecto a la realidad no era mucha, sólo que ambos, por motivos poco convincentes, al menos eso pensaba Susana, habían decidido distanciarse por el tiempo que fuera necesario.

–¿Podés darme la copia de la llave? –le dijo Franco a Susana, casi rogando.

–¿Para qué la querés?

–Esta casa también es mía aunque no lo recuerdes.

–Entonces conseguí la llave por tus propios medios.

–¡Susana vos la escondiste, así que dámela! –gritó Franco enfurecido.

Por el blanco y pálido rostro de Susana comenzaron a caer, por decima vez en el día, lágrimas incesantes, tal como las gotas de una canilla medio abierta.

La intención de Franco no fue esa. Solo quería tomar distancia de una buena vez, y dejar de pelear tanto con ella. No lograban ponerse de acuerdo nunca, y en un matrimonio de casi diez años, esas cuestiones comenzaban a pesar y molestar.

–¿Ahora entendés por qué  quiero irme? –le cuestionó Franco entre susurros. Luego se apresuró a abrazarla para apaciguar su llanto. Para él también estaba siendo difícil y odiaba verla así de triste.

–Pero es que te quiero. Bah…, que digo te quiero, ¡si en realidad te amo! ¿Por qué me haces esto? –le preguntó a Franco entre sollozos, y añadió– Es que yo no te hago nada. Nuestra relación está a punto de convertirse en un calvario Susana. Nos va a hacer bien un tiempo separados para pensar y descansar un poco el uno del otro –hizo una pausa y continuó–. Dale loquita, traéme la llave que estoy llegando tarde al trabajo.

Susana sintió un puntazo en medio del corazón y cerró los ojos y la boca para evitar gritar. Sabía que cuando él la llamaba así, lograba que ella le diera todo. No tuvo más remedio que aferrarse a la baranda de la escalera y comenzar a subir con cuidado, uno por uno los escalones que parecían interminables. Entró a lo que anteriormente había sido su habitación matrimonial y se odió por completo. Cada rincón parecía querer expulsarla de allí porque ella ya no pertenecía a esa vida. Todo lo que veía era ajeno.

Después de rememorar unos pocos segundos, abrió los dos cajones de la cómoda y acertó con el segundo. Debajo de una libreta telefónica vieja estaba la maldita llave esperándola.

Cuando volvió a la cocina todavía Franco la estaba esperando de brazos cruzados, y al ver que Susana traía en sus manos la llave, procuró no hablar para evitar entorpecer las cosas. Ella lo miró unos segundos tratando de evitar demostrar sus sentimientos. No había vuelta atrás y esta vez, lo sabía. Sin decir una palabra, colocó la llave sobre la mesa y comprendió que definitivamente la relación entre ellos estaba por acabar, o aún mucho peor, quizás ya se había acabado.

Franco tomó la llave suavemente, cargó al hombro su bolso y la despidió sólo de palabra; no quiso besarla, ni tocarla. Ya no la reconocía y le parecía alguien extraño. Cerró la puerta delantera  de la casa y se fue. Pero cuando Susana escuchó el ruido del encendido del motor, nuevamente volvió a odiarse por completo. Corrió la cortina de la ventana para ver el auto avanzar y lo despidió en silencio.

Lloró por un largo rato hasta que el teléfono comenzó a sonar sin detenerse lleno de voces desesperadas que querían avisarle, lo que ella con anticipación sabía que sucedería. Entonces se dijo para sí misma que había hecho lo correcto, si ella no podía tenerlo, nadie debería hacerlo. Aceptó que todo salió como quiso y que en unas horas declararía frente al juez de la causa todo lo que sabía: que Franco llevó el auto, por los frenos rotos, al mecánico dos días antes del accidente.

(Agosto2012)

Despedida anticipada





Alan:

 

 Te escribo esta carta aceptando el riesgo de que quizás nunca la leas. A decir verdad no tiene interés. Sólo lo hago con el pretexto de encontrarte; de hallarte en cada letra, de sentirte vivo en cada rincón minúsculo de la hoja. No importa tanto el porqué, importa el hecho de que lo estoy haciendo. Me atrevo a comunicarme una vez más a pesar de los tantos intentos fallidos que sólo logran desilusionarme; pero no quitarme la esperanza.

¿A dónde te has ido? Me pregunto cada segundo de mi existencia. Es incomprensible, inaceptable tu partida.

El momento en que me dejaste fue captado en mi memoria, como un vivo recuerdo que aparece reiteradas veces; sobre todo cada noche antes de dormirme. Cuando te fuiste a pesar de mi empeño por seguir adelante, logre convertirme en un ser apagado, casi inexistente. Solo vivía porque mi cerebro ejercía control sobre  mi cuerpo. Pero en cambio ahora, estoy mucho peor; sumida en recuerdos, que parecen vivos, día tras día. Recuerdos que me mantienen al acecho de cualquier signo inesperado que  refute mi teoría de que al dejar de respirar, desapareciste de mi vida para siempre. Desde entonces sólo vivo para encontrar tu espíritu.

Esta carta, es un llamado desesperado, un grito ahogado que se pierde en cada letra. Esta carta, Alan, es un pedido de auxilio para que me rescates; que lo hagas deprisa, que sea repentino, de cualquier forma estaría bien si lograras que se convierta en realidad. No importa cómo, ni en qué lugar; sólo deseo que me lleves a tu lado. Sólo deseo volver a sentirte.

Es por eso que no tiene importancia alguna el hecho de que no puedas leerla. Me basta con que sepas que la estoy escribiendo; me basta con que sientas que te estoy buscando desesperada en cada sitio por donde solíamos pasear, en cada esquina que cruzamos juntos, en la iglesia donde le dijimos “sí” al compromiso.

Sé que leer unas palabras escritas con amor, es sinónimo de sentir mi corazón buscando al tuyo. Es sólo, encontrarte, lo que necesito. Debes aprender a escuchar mis palpitaciones para poder aparecerte frente a mí sin reparos.

Ahora me despido con cuidado, apartando la hoja de mi lado sin hacer ruido. Porque tengo miedo que desaparezcas otra vez, y tenga que volver a escribirte como cada mañana; como lo hice siempre desde que abandonaste este mundo. Pero no. Algo me dice que es diferente… Algo me demuestra que aprendiste a escuchar los latidos de mi corazón.

Mi respiración comienza a ser cada vez más lenta, y siento que mi corazón fue escuchado, para empezar a detenerse poco a poco. Entonces te escribo el último adiós, firmo la carta con mi nombre; y me dirijo lentamente a tu encuentro.

 

Agustina.

 

(Agosto2012)


Make a Free Website with Yola.